“Mi madre es una rosa, mi padre es un clavel y yo soy un botoncito acabado de nacer”
Este era uno de los poemas mas recurrentes, que los niños de primer grado, especialmente, recitaban en la escuela, en mis días de primaria, a finales de los años 60´s. Aquellos días en los que las madres de familia eran agasajadas por el centro escolar y que todos hacíamos lo posible por darle un pequeñito, pero significativo regalo.
Tengo bien presente además que los que teníamos la dicha de tener a nuestra mamá viva, nos colocábamos en el pecho un prendedor con una rosa roja y quienes la tenían ya fallecida, usaban una rosa blanca. |
Nunca entendí de donde surgió esa tradición o cómo llegó al pueblo, lo cierto es que para nosotros era impactante y trágico ver a algún cipote como nosotros con el capullito blanco.
En la actualidad, la realidad es totalmente diferente, casi todos mis amigos han enterrado ya a su madrecita. Yo enterré a la mía hace sólo unos meses y el dolor de haberla dejado allí, en ese frío sepulcro sigue mas vivo que nunca. Es imposible olvidar al ser que nos dio la vida, que siempre estuvo allí para apoyarnos en lo que fuera. |
Con carácter fuerte, con mano dura cuando fuera necesario, pero con una dedicación inagotable. Lista siempre a asumir los riesgos que fueran necesarios para salir adelante.
Sólo una madre puede entregar voluntariamente tiempo, dedicación, cariño, abnegación, sin pedir nada a cambio. Tener a tu madrecita presente es una bendición, así que hay que quererla, cuidarla y respetarla, como ella se lo merece, hasta el final de sus días. Entonces podremos llevar el capullito blanco con orgullo, sin remordimientos!! |